La ironía no se vuelve ya contra este o aquel fenómeno, contra algo existente en particular, sino que toda la existencia se ha vuelto extraña para el sujeto irónico, y éste a su vez extraño a la existencia, y que, habiendo la realidad perdido para él su validez, se ha vuelto él mismo en cierta medida irreal. Soren Kierkegaard
La obra de Rosauro Varo es como un gran mural a cuatro tintas. Pasado, presente y futuro. ¿La cuarta? La cuarta es la conciencia del autor, incapaz de estar en silencio mientras escribe.
Literatura caleidoscópica. En un caleidoscopio las formas en movimiento y la luz crean sensaciones de extrañeza y sorpresa. Giran, cambian, y de repente todo vuelve a ser lo mismo. Estamos en el punto de partida, una y otra vez. Es un juego de espejos. Cuando dejas a un lado la ilusión, la vida sigue su curso. La apariencia de infinito se desmorona. Pero el embrujo ya te atrapó. La vida es un plagio. Sin embargo cada día amanece unos segundos antes que el día anterior.
El narrador de Plagio es un francotirador. Con frases cortas y directas construye un monólogo lleno de mentiras aparentes y medias verdades. Donde podemos ver cierto escepticismo, no porque sea imposible llegar a la verdad, sino porque esta está oculta en una maraña de subjetividades. También cierto nihilismo, no en sentido nietzscheano, sino más bien en el sentido original de Turgeniev y la actitud crítica hacia las convenciones sociales de su personaje, Bazarov.
Su principal recurso es la ironía. Eironeia, engaño intencionado para los antiguos griegos. Que es también un arte de vivir, cuando la ironía “se convierte en un tipo de cuestionamiento radical” y “marca la diferencia en cómo vivimos”, en palabras del filósofo pragmático Richard Bernstein. Quien defiende que la ironía “ayuda a integrar teoría y práctica”. Es decir, a buscar el equilibrio entre lo especulativo y la acción. Pero, ¿es esa la intención de nuestro autor? En nuestra opinión, no. Dicho equilibrio no existe, por ejemplo, para el marxismo, donde la teoría está supeditada a la práctica. Sin experiencia no hay teorética. Y estas son las coordenadas de Plagio, que utiliza la ironía para dinamitar cualquier intento de especular sin haberse manchado las manos. Lo cual cobra sentido cuando indagamos en la biografía del autor, un médico que ha ejercido en diversos países de África e Hispanoamérica como pediatra. Dato que, por otro lado, explica la constante presencia de personajes sin voz, los niños.
Plagio tiene ecos del Teatro de la Nueva Subjetividad, caracterizado por sus irónicos monólogos. Además, su estilo nos remite a Thomas Bernhard, su precursor, por el uso de frases reiterativas, el humor negro, el pesimismo y la tendencia a lo caótico. Recursos con los que Varo aborda muchos y variados temas, entre los que destacamos el amor y la muerte. A veces hilarante, otras afilado, apela a la incorrección política, poniendo sobre la mesa opiniones que encuentran en el tono mordaz un conveniente parapeto. Otra explicación sería la locura, el reino de la sinrazón, espacio que por momentos el narrador parece transitar. Eso sí, una locura objetiva y promovida para tal fin. Si se suele suponer que solo en estados de desequilibrio se alcanza la originalidad, también se le otorga al loco libertad para decir lo que quiera sin temor a represalias. Por eso encontramos afirmaciones irreverentes, descarnadas, y la voluntad de escapar a la realidad. En una obra experimental con tintes surrealistas, oníricos, a veces poéticos, llena de pensamientos fugaces que evidencian hasta qué punto ciertas posiciones son irreconciliables.
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Reseña de Plagio – Antonio Soriano –
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Antonio Soriano Puche