En los últimos meses se ha abierto un debate en torno a Lolita, novela de Vladimir Nabokov. Laura Freixas publicó un artículo titulado ¿Qué hacemos con “Lolita”?, en el que pedía responsabilidad a los autores a la hora de tratar ciertos temas. También denunciaba la manipulación que el patriarcado ejerce en su beneficio sobre la cultura. Sergio del Molino replicó a Freixas con Lectores que lean “Lolita” sin prejuicios, en el mismo diario. Del Molino eximía de responsabilidad a Nabokov por las interpretaciones que suscitara su novela, y en general a los artistas que tratasen temas polémicos. Meses más tarde el periódico moderó un debate donde ambos escritores intercambiaron impresiones. Freixas aclara que no juzga el valor literario de Lolita sino su repercusión, y el hecho de que sea considerada como “historia de amor” una novela que por su ambigüedad se puede leer como justificación del violador. La autora habla de feminismo, pero en su réplica del Molino apenas entra en ese debate. Según él la obra no necesita decodificaciones ideológicas. Afirma que probablemente la mayoría de la producción literaria sea machista porque ha sido escrita por gente machista. Además opina que al creador no se le debe exigir ningún tipo de compromiso ético.
Encontramos dos debates abiertos. Uno sobre el alcance y responsabilidad del artista y su obra, y otro ideológico, en el que ambos autores están de acuerdo tácitamente, sobre el cual es preciso hacer algunas aclaraciones. De entrada no podemos obviar su contexto, en este caso El País, cuyas afinidades e ideología están bien definidas. Después, que la crítica de Freixas contiene un importante error de base. Al establecer las categorías, con el argumentario que forma parte del discurso feminista institucional, de opresores (varones, occidentales, blancos, de clase media o alta), y oprimidos (mujeres, colonizados, de otras razas o pobres), simplifica de forma arbitraria y sesgada la realidad. Existen otras interpretaciones sobre el fenómeno del patriarcado expuestas en diferentes ensayos que desmontan la categorización de Freixas: La creación del patriarcado, de Gerda Lerner, Guardianas nazis, el lado femenino del mal, de Mónica G. Álvarez, o Feminicidio o autoconstrucción de la mujer, de Prado Esteban y Félix Rodrigo Mora, son algunos de ellos.
Respecto al otro debate, el de Lolita (publicada en Francia, donde también vieran la luz obras como Diario del ladrón, de Jean Genet, Justine, del marqués de Sade, o los Cantos de Maldoror, del conde de Lautréamont) y los límites del arte para representar aspectos controvertidos y oscuros del ser humano, creo que no se puede argumentar con suficiente rigor que uno esté equivocado y otro en lo cierto. Comparto muchas de las observaciones acerca de la literatura de ficción que expone del Molino, y cuando Freixas demanda cierta responsabilidad ética o moral. Pero Lolita quizá no sea un buen ejemplo, pues una lectura satírica o crítica también es legítima. Nabokov dejó claras sus intenciones. Humbert Humbert se justifica constantemente. “Mi cuerpo abyecto”, “oscuro pozo de monstruos”, “mis patéticas maquinaciones”, “gusano degenerado”, “comportamiento aberrante”, son expresiones que aparecen una y otra vez. Hoy día, dentro de cualquier plataforma de streaming, en alguna serie seguida por millones de personas, Freixas encontraría ejemplos mucho más adecuados.