La mascarilla nueva del rey

Hubo un rey alérgico a la celulosa de las mascarillas quirúrgicas. Le producían sarpullidos en las mejillas y le hacían estornudar. Cuando supo que las FFP2 ponían en riesgo su salud, salió a buscar por todos los mercados del país mascarillas reutilizables de tela. Después de varios días tuvo que abandonar. O eran muy grandes, o eran muy pequeñas, o el color no le parecía el indicado, o el estampado no era lo suficientemente original, y tampoco le parecían seguras contra la peste que tenía en vilo a todo el reino. El rey, además de hipocondríaco era coqueto y estaba acostumbrado a salirse siempre con la suya. Al regresar del viaje se sintió muy frustrado y no quiso salir bajo ningún concepto. Así, un sabio consejero le sugirió que convocara un concurso de mascarillas. Como le pareció una buena idea puso anuncios en sus redes sociales y lo hizo público en el B.O.R. La noticia provocó una gran expectación. Durante dos meses el monarca no pisó la calle por miedo a la peste. Engordó de diez kilos. Con ansiedad devoraba pasteles y embutidos mientras firmaba Reales Decretos reunido con expertos científicos y con eminencias de reinos vecinos. Prohibió las risas, el sexo, la lectura de libros de más de once páginas y la venta de elixires para combatir la extraña enfermedad. El rey telereinó de la forma más despótica que pueda imaginarse.

Hasta que llegó el día del concurso. Los mejores diseñadores, llegados de todo el mundo, hicieron cola a la entrada del palacio. Tras las pruebas diagnósticas obligatorias y el control de temperatura a cada uno de ellos comenzaron a llenar el pabellón. Los miembros del jurado chocaron los codos a todos los participantes y examinaron sus trabajos. Cuando llegaron al último de ellos vieron que su mesa estaba vacía. El joven venía de la lejana Escandinavia. Preguntaron por su mascarilla y el concursante abrió una caja vacía. Señores, les presento la mascarilla más innovadora y segura que pueda imaginarse, dijo. Los miembros del jurado se miraron unos a otros sin saber qué decir. Sus dibujos son dignos del mejor rey de la Tierra, no tiene costuras, es aerodinámica y sus pliegues jamás molestarán a quien la lleve, continuó el escandinavo. El portavoz del jurado pensó que no era momento para bromas e iba a echarlo de palacio por estafador cuando una de sus compañeras dijo: ¡Preciosa! ¡Un trabajo magnífico!, mientras se ajustaba las gafas para escudriñar de cerca la caja vacía. El resto del grupo rodeó al extranjero con curiosidad. Para hacerla he usado tela sintética de araña, imperceptible al ojo humano, pero que los virus no pueden traspasar, dijo el joven sacando la mascarilla y poniéndola en la palma de su mano. Aunque no veía nada, al portavoz del jurado le pareció interesante lo que oía. Sus compañeros comenzaron a elogiar aquel descubrimiento y el diseñador se mostró de los más orgulloso. Gracias, muchas gracias, dijo, solo espero que el rey escoja sabiamente pues pronto llegará una nueva ola y me preocupa su salud.

Tras la primera ronda solo quedaron las mascarillas reutilizables. Tras la segunda, las ecológicas y sostenibles. Por fin el jurado llamó al rey, que entró al pabellón untándose las manos con gel hidroalcohólico. Con ayuda de un extensor, pues no quería dañar sus orejas, ajustó una a una las mascarillas finalistas sobre su cara recién afeitada. Cuando llegó al último participante y vio la mesa vacía preguntó por la mascarilla. La comitiva comenzó a murmurar. El rey miró desconcertado a sus acompañantes. ¿Me he perdido algo?, preguntó. Su Majestad, le voy a enseñar la mejor mascarilla que nadie pueda jamás imaginar. Está hecha con un material innovador y tan resistente que nada en el mundo podría desgarrarla, dijo el joven diseñador levantando los dedos en pinza sin nada entre ellos. Además, no tiene costuras y cuando se usa da la impresión de no llevar nada –añadió un miembro del jurado.  El rey comenzó a sudar. Sacó un pañuelo y repasó su frente. Pensó que debía estar soñando, él no podía ver nada. Interesante, realmente interesante, dijo ante el convencimiento de sus acompañantes. Con esta mascarilla podrá dormir todas las noches, y durante el día no será necesario que la cambie a cada hora, dijo el portavoz del jurado. Estos detalles maravillaron a todos, que aún sin ver nada acabaron alabando las virtudes de la mascarilla. Si me permite, Su Majestad, deje que se la ponga, dijo el joven genio. El monarca tomó asiento. ¿Estarán riéndose de mí?, pensó. Pero para que no lo tomasen por loco se dejó colocar la mascarilla. Después se miró al espejo y estuvo encantado con el invento, pero “sin atreverse a decir la verdad”.

La mascarilla de marras fue la ganadora del concurso. A su creador se le concedió un Green Pass para viajar sin restricciones y una mina de oro en la China. Los medios anunciaron la noticia, ¡el rey tenía lo que buscaba! ¡por fin podría levantar las prohibiciones! Tras el banquete y los interminables brindis, los consejeros reales anunciaron un desfile para mostrar al mundo la mascarilla. Cuando las puertas del palacio se abrieron centenares de vecinos se agolpaban ya para ver el prodigio. El rey salió precedido de sus notables, el jurado y el comité de expertos. Al verlo todos aplaudieron con fervor. ¡Bravo, bravo!, exclamaban, ¡viva la mascarilla nueva del rey! La comitiva avanzó por las calles y el júbilo se adueñó de todos. Desde los balcones se oían vítores, silbidos y canciones. Los periodistas tomaban fotos y grababan en directo. En todas las televisiones podía verse la sonrisa satisfecha del monarca. Tras una hora de desfile pasaron por la puerta de una residencia de ancianos. Uno de ellos, que estaba sentado en primera fila, gritó: Yo creo que el rey no lleva ninguna mascarilla. El director de la residencia quiso disculparlo. No le hagan caso, tiene demencia senil, dijo. Pero otros ancianos comenzaron a gritar: El rey no lleva mascarilla. El rey no lleva mascarilla. Los vecinos callaron. Es verdad, el rey va sin mascarilla, se oyó decir a un niño. Poco a poco las calles se llenaron de risas y burlas al monarca, quien se dio cuenta de que no podría mantener aquel engaño mucho más tiempo. Aún así no quiso abandonar el solemne desfile y decidió continuar hasta el final como si no escuchara nada, fingiendo estar satisfecho de su mascarilla. 

Y al día siguiente en cada una de las aldeas del reino todo el mundo llevaba la misma mascarilla que Su Majestad.

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El traje nuevo del rey by Antonio Soriano Puche is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional License.
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