Ayer tarde conducía por una travesía. Una chica, de pie en la acera junto al paso de cebra, miraba los coches a izquierda y a derecha. Permanecía quieta, como esperando a alguien, y justo cuando llegué a su altura decidió cruzar. Pisé el freno y las galletas que sostenía mi hijo en el asiento de atrás salieron del paquete, volando hasta la caja de cambios. El zumo de uva que bebía mi hija cayó en su camiseta blanca. La chica nos miró tímida, con un esbozo de sonrisa que quería decir algo así como “lo siento, pero tengo preferencia”. Entonces comenzó a llover. Me quedé ahí, formando una larga cola detrás, hasta que alguien tocó el claxon. El cielo se volvió oscuro. Salí lentamente, tras poner las galletas de nuevo en su paquete. Tronaba, tronaba y los relámpagos se me clavaron en las sienes. Ya fuera del pueblo pude ver una nube de hongo por el espejo retrovisor. Pisé el acelerador y subí la música de Radio Clásica que sonaba en ese momento. Pensaba aparcar en el barrio de Las Lumbreras y abandonarme a la radiación, pero pisé el acelerador a fondo. Mi hijo me dijo: papá, te has saltado un semáforo en rojo. No pasa nada, cariño, a veces es necesario no hacer caso de algunas señales –respondí– solo hay que asegurarse de que no hay peligro. Pero justo después me paró la policía. Le ofrecí galletas, y cuando el agente iba a tomar una, la carne de su brazo se evaporó dejando el cúbito y el radio al descubierto, como alitas de pollo. Me pareció estar soñando. Mejor, pensé, porque me da mucha pereza ir a pagar multas a la comisaría. La comisaría de mi pueblo aún no deja pagar por internet. Cuando subí la ventanilla del coche sonó el teléfono. ¿Te has enterado?, –dijo mi hija mayor– alguien ha lanzado una bomba atómica sobre Puente Tocinos. En Puente Tocinos estaban de fiestas patronales, por la Virgen del Rosario, así que la gente se encerró en la churrería. En la zona cero los charcos se evaporaron. Lo vi en algunos videos virales de TikTok, charcos volando, alfombras voladoras, como un cuadro de Salvador Dalí. Mis hijos se durmieron con la sonata para piano nº 3 de Chopin. Me aseguré de que respiraban. El otro día leí que tras los frenazos aumenta el riesgo de miocarditis en los niños. ¿Nunca habéis pulsado el asterisco de colorines en la página de Google de vuestro smart phone? Te lleva a una sección de noticias que el logaritmo cree necesario saber. Perdón, siempre confundo algoritmo con logaritmo, en cualquier caso, es Google quien decide, y es evidente que las noticias están patrocinadas, y que colocan anuncios como si fuesen sucesos. Es tan burdo, que hasta parece creíble. La lluvia se volvió verde fosforito. Creo que estaré un tiempo sin ir a Puente Tocinos. Cuando pensaba que ya nada nos detendría, un camión taponó el tráfico al salir de una rotonda. Los coches pitaban. El camión elevaba un contenedor de basura. Saqué el móvil y busqué en Google, cómo quitar una mancha de zumo de uva. ¡Con leche caliente! Después pulsé el asterisco de colores. De repente, el motor del coche se detuvo, las luces se apagaron, las farolas de la calle también. Y ¡zas!, tras diez o quince segundos de agonía, se volvieron a encender todas de golpe. Mi móvil vibró y la radio volvió a sonar, pero ya no era música clásica, era una voz que hablaba de la Orden de San Agustín y del Elías Ahúja. Conecté el bluetooth y escuché la última maqueta que he grabado. Salí del atasco tarareando Ceros a la derecha.
